Comunidad política imaginaria
México es una comunidad políticamente imaginada con profundidad prehistórica. Habita en un territorio de intrincados y seductores ecosistemas: selvas, montañas de bosques fríos y templados, desiertos y costas. Son campos visuales que alimentan los deseos, las visiones colectivas y la íntima construcción. Sólo con imaginación se hace hábitat para disfrutar la vida.
En la historia de México se advierten distintas manifestaciones culturales y expresiones estéticas que van transformando los espacios que habitan los artistas espaciales, creadores de obras plásticas, los creadores de comportamientos sociales, la música , los poetas, escritores que van creando escenarios donde cada grupo representa sus mitos y donde todos comulgan simbólicamente. Son las atmósferas en las que se ama, se come, se trabaja, los espacios lúdicos donde se respira.
En estas atmósferas se desdoblaron los inmigrantes, seres humanos primitivos que lograron construir culturas de dimensión universal, como la maya en la selva tropical y la mexica o azteca en el valle de México; la tolteca en Hidalgo, olmeca en el Golfo de México y zapoteca en valles centrales de Oaxaca. Estos pueblos establecen los puntos geométricos del espacio estético, el espíritu de la época precolombina. La mitología es espacio y realidad humanamente construida con arquitectura, pintura mural, talla, escultura, cerámica, tejido y en algunos casos danza, teatro, música, canto y poesía.
Se extendió el mestizaje cultural y el biológico. Con el encuentro del mundo europeo y las sociedades mesoamericanas, configuró nuevas expresiones sensibles e imaginarios colectivos, pero el pensamiento mágico alcanza a la era cibernética con la instrumentación de conocimientos científicos y construcciones urbanas. Es fusión orgánica, vida con inspiración y talentos entre lo indio con lo español, mestizaje innovador en la historia de la humanidad. La nación que se construye en la imaginación brota tangible en el tiempo y el espacio con sus obras, lenguas, tradiciones e identidades simbólicas que se proyectan en el presente para construir el futuro.
Componentes humanos
“Mexicano” es un concepto difícil de comprender si no se advierte la rica diversidad de sus componentes humanos, reunidos en una cultura construida de culturas, algunas con raíces prehistóricas, otras hechas con la modernidad industrial y el mercado mundial. Las de México y América son historias de inmigrantes, desde siempre y en distintas épocas, por las más increíbles razones. Los habitantes originales llegaron siguiendo a las piezas de caza durante la última glaciación, aproximadamente entre cinco y quince mil años antes de la era cristiana. Con la evolución biológica, Homo Faber y Homo Sapiens logran construir las culturas que se desarrollan en Mesoamérica. Son las civilizaciones teocráticas, agrarias, comerciantes, guerreras y urbanas, las que hacen el mayor aporte genético y la más original creación estética, incluso al construir los edificios de los centros coloniales y, en la modernidad, los rascacielos del poder, el comercio, la industria y las finanzas. Basta con ver los grandes edificios piramidales de Nueva York y, en algunos casos, de la ciudad de México (Victoria Novelo, 2012).
Culturas que vivieron y asimilaron la expansión de reinos transatlánticos, la esclavitud de africanos traídos al nuevo continente con todas sus sensibilidades, motivos y visión estética; las invasiones fortuitas de Francia (1862, la “Guerra de los pasteles”) y los Estados Unidos (1846-1850 y en 1914); y con la revolución mexicana, siguiendo ese imaginario del “Destino manifiesto” que motivó la adjudicación de la mitad del territorio mexicano, y la nostalgia de la extensión del viaje. Hoy los mexicanos inmigrantes regresan a trabajar y a habitar las urbes norteamericanas.
Los migrantes económicos, culturales, académicos, políticos; italianos, portugueses, griegos, suizos, sirios-libaneses, árabes de distintas nacionalidades, ingleses, alemanes, norteamericanos, chinos, africanos y asiáticos, que siguen cargando la identidad de sus viejos continentes, sus nuevas y viejas nacionalidades. Se han integrado a este concierto mexicano con sus instrumentos, saberes y tradiciones, al espíritu cosmopolitita donde no cabe lo extraño. Eso sí, son nutrimentos existenciales de una cultura moderna que se construye en la globalidad con sus singulares procesos de creación y modos de vida que se producen y reproducen.
Baja California, el sello del origen
Podemos tener una visión del pasado remoto ante las pinturas rupestres de Baja California, las grandes figuras humanas que anuncian la llegada del hábitat y los trabajos para erigirlo, el inicio de la arquitectura, la escultura y pintura, acontecimientos iniciales y unitarios de la gran expresión creadora del hombre.
La Sierra de Juárez abarca unas 200 hectáreas donde, entre bosquecillos de pinos y agaves, se levantan caprichosas formaciones pétreas que ostentan varias pictografías con o una amplia gama temática: desde lo abstracto geométrico hasta lo más figurativo. Pintura rupestre hay prácticamente en todo el territorio nacional. El alcance se debe a la herencia. La majestuosidad primigenia renace en las estructuras pétreas de las pirámides totonacas, en las pinturas de Las Higueras que utilizan las proporciones del cuerpo humano en diversas variaciones, nos recuerdan a los petroglifos de Baja California.
Vuelo a las entrañas
Las grandes culturas mesoamericanas hijas del maíz, como la zapoteca, mixteca, olmeca, tolteca, maya y azteca, son todas hijas del maíz. Le invitan a usted a un recorrido con Juan Acha (1994) por los espacios estéticos prehispánicos que tienen herederos vivos activos, creativos y constructivos, con sabiduría en el manejo de los ecosistemas, con medicina natural, producción de alimentos nutritivos y las más diversas expresiones creativas y estéticas.
Teotihuacán, en la cercanía de la ciudad de México.
Sus bienes -culturales y estéticos para nosotros, mágico religiosos para ellos- son las esculturas y pinturas, los templos y plazas, cerámicas y textiles, códices y plumaria, joyas y máscaras.
Templo Mayor, en el corazón de la Ciudad de México
Es una construcción de dos dimensiones, un sitio interior reservado, dispuesto para los procesos mágico-religiosos; y por encima es una pirámide. En su cima hay dos templos: uno dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, el otro a Huitzilopochtli, dios de la guerra.
Monte Albán, Oaxaca
Al sur, en Oaxaca, tenemos las ruinas de Monte Albán, centro ceremonial y funerario que muestra la superposición de varias épocas, las formativas y las clásicas, confirmando este vuelo mágico del origen. Es un rostro con perfil estereotipado y rodeado de símbolos e información escrita o jeroglífica de espacio y tiempo.
Impacta su imponente simplicidad y tipicidad de facciones. Para muchos esto constituye un enigma, ya que antecede y contraviene el barroquismo en el que se quiere encasillar al arte mexicano de todos los tiempos. Sin embargo, la simplicidad también fue parte importante de la estética mexicana y puede volver a serlo. (Juan Acha, 1994)
Los gigantes, Tula, Hidalgo
A unos cien kilómetros de la ciudad de México hacia el norte, se encuentra el sitio arqueológico conocido como Tula. Desde que uno se aproxima a la zona, lo que más llama la atención son las magníficas estatuas llamadas Atlantes. Pese a su talla colosal y a cierta rigidez, los guerreros están representados con realismo y sus facciones ofrecen una impresión mixta de energía y calma.
Chichén Itzá y Uxmal, Yucatán
En Yucatán, el sitio arqueológico de Chichén Itzá es el más impresionante y mejor conservado de la antigua civilización Maya. Fue el centro político, religioso y militar más importante del norte de Yucatán. Uxmal es considerada una de las ciudades más bellas artística y arquitectónicamente en México. En todas las construcciones se da una rica variedad de escultura y pintura, con una paleta singular de colores: ocre-rojo mineral, negro de carbones de madera quemados, azul maya del palo Ek y blanco de cal y gris.
Calakmul, Campeche
Clakmul significa “Ciudad de las dos torres adyacentes”. Ambas forman una pirámide que mide 45 metros y es una de las más grandes del período maya clásico. Clakmul disputaba con Tikal el honor de ser la ciudad maya más importante. Junto con Palenque, estas poblaciones forman el triángulo político de los mayas. Visitar Calakmul es más que visitar ruinas mayas; también es posible ver plantas únicas en el mundo, y la gran variedad de animales que viven en la biósfera de Calakmul, en donde tiene un brillo especial la inmensa gama de mariposas que se pueden encontrar.
Bonanpak y Palenque - Chiapas
En Bonampak relucen sus afamadas pinturas, reconocidas como obras maestras de la humanidad. Palenque es el mejor exponente del estilo Usumacinta, según lo demuestra el ideal estético logrado en sus complejas y variadas obras, tanto arquitectónicas como pictóricas y escultóricas.
Tajín, máximo exponente del esplendor de la cultura totonaca
Papantla, Veracruz
En el Golfo de México encontramos la cultura Totonaca. Las Higueras privilegian también la línea activa y sus personajes parecen danzar, más que caminar majestuosamente como los Cacaxtlas y Bonapak. Sus escenas son áulicas y heráldicas, como delicada, oligocroma y lírica es su paleta. (Juan Acha, 1994)
Búsqueda de un modo mexicano de hacer las cosas
Las ciudades coloniales mexicanas resultan de una combinación de recursos materiales, arquitectónicos e ideales. Su presencia, sobre todo en el centro-norte, con el tiempo se desplaza hacia el sur del país. Conjuntos de belleza extraordinaria en ciudades que la riqueza minera desarrolló, como Guanajuato, Taxco, Guerrero, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí, Pachuca; y otras con fines de gobierno, admiración y producción agropecuaria, como la Ciudad de México, Mérida, Campeche, San Cristóbal de la Casas y Oaxaca, entre las más distinguidas del espacio estético colonial.
La historia desbordó en el primer cuarto del Siglo XVI la céntrica y sobrepoblada Europa, merced a la equivocación que trajo a Cristóbal Colón a América y no a la India, como quería él, provocando una invasión por expansión de los reinos ultramarinos en la madura plenitud del Renacimiento. Los frailes enseñaron a los indígenas las técnicas europeas de pintura y tomaron en retribución las autóctonas para sus representaciones religiosas. Los cuadros y los retablos de los templos católicos de la Nueva España son en su conjunto eclécticos, los compone una diversidad de expresiones singulares que no corresponden a un estilo particular: hay renacentistas-manieristas flamencos, italianos e italiano-flamenco-españoles.
Se registra el origen de un arte indio-mestizo-novohispano, o “pos-indio-hispánico”, que entrelaza a la sociedad autóctona con lo español, pero por momentos presenta imaginadas y originales construcciones, registra manifestaciones de “realismo fantástico”: ángeles indios con alas de águilas, arcángeles indios semidesnudos con armas y penachos precolombinos peleando contra los demonios cristianos, o nahuales que protegen a las almas.
Recomendamos en especial una visita el convento de San Miguel Arcángel de Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo. En sus murales se podrá conocer su estilo híbrido, europeo-indígena. Hoy, México navega a la definición de lo contemporáneo. Esta mira servirá al lector para cobrar conciencia sobre los silencios procesos de la imaginación. México, con su pueblo marcho por la independencia política, la reforma, es crisol de la nación que amalgaman Benito Juárez y la Revolución Mexicana. No se produjeron de inmediato los cambios estéticos, los estilos siguieron siendo los mismos, ni fueron un cambio tan radical como el que se dio entre lo precolombino y la Colonia.
No fue sino hasta bien entrado el siglo XIX que importamos estilos y modos de Europa, especialmente de Francia e Italia en la arquitectura, escultura y pintura: el neoclasicismo heredado de la Colonia. Llegaron con el porfiriato los elementos de la modernidad industrial, los ferrocarriles, los puertos y el telégrafo, de un estilo afrancesado alimentado con la filosofía del orden y el progreso que imponen un rigor urbanístico de rectitud, regularidad, uniformidad y monumentalidad.
Sería erróneo subestimar la constante influencia mexicana que subyace tras la arquitectura, la escultura y la pintura en los diseños urbanos contemporáneos. Antes de la revolución los diseños arquitectónicos estaban dominados por los estilos europeos, de Londres, París y Berlín, que predominaron durante todo el porfiriato y hasta principios del siglo XX.
Los edificios públicos se inspiraron también en influencias como Art Noueau, particularmente en la decoración de las ventanas. Ejemplos son los edificios neorrománticos y neogóticos, como el Palacio de Bellas Artes (iniciado en 1904) y la Oficina central de Correos (terminada en 1907), construcciones diseñadas por Adamo Boari. Corresponden a esta época otros monumentos, como El Ángel de la Independencia. Es un tiempo en el que se pretende la integración a la visón céntrico europea que se aleja de los orígenes indígenas. Revolución de la modernidad y renacimiento indígena: la revolución en la estética y la ideología fueron la reacción contra el estilo europeo. Surgieron entonces los diseños modernos y funcionalistas, en particular para los edificios públicos y monumentos, que nos devolvieron el significado de lo nacional mexicano.
Acompañado del brote de la clase media urbana que dio singular sentido a sus viviendas, como se ve en las colonias Roma y la Condesa (sobre el tema es recomendable la lectura de Peter M. Ward; 1991). En la ciudad de México, la visión nacional se construía con el espíritu revolucionario y nacionalista para definirse como mexicana, integrando a edificios públicos los murales de narrativa histórica que hacían renacer lo indio con sus culturas madres. Son representativos el monumento a la Revolución, que era originalmente la cúpula de un edificio destinado la Congreso; el monumento a Álvaro Obregón en San Ángel (1934); y el teatro al aire libre la colonia Hipódromo de la Condesa, construido en 1927.
Modernismo e internacionalismo
Cuando el estilo internacional de los edificios de vidrio y concerto comenzó a predominar, cuando se vio alejada la tendencia nacionalista de la arquitectura, del arte y de la representación indígena, el Estado remachó con la estandarización de edificios para escuelas, hospitales y oficinas públicas. Las prácticas arquitectónicas mexicanas siguieron intrínsecas en los diseños internacionales, y hasta el diseño internacional de pronto se deslizaba al estilo mexicano. Los dos principales arquitectos que siguieron la corriente mexicana “emocional”, fueron Luis Barragán y Ricardo Legorreta, basados en la arquitectura, escultura, pintura y cromática originalmente mexicanas.
La obra de arte espacial no es creación de un artista único ni representa un solo estilo o modo de vida ni a técnicas concretas de un solo ingenio; es el resultado de una variedad de medios, técnicas y especialidades que tienen autonomía, pero se encuentran y entrelazan desde el origen de la magia primitiva. Se pude ver lo primero y lo último.
Texto:Jesús Peraza Menéndez
Foto: EN MÉXICO, MÉXICO AHORA, TURISMO EN MÉXICO, PANORAMIO, FLICKER