Goya sobresale como un creador puro, es decir un artista empeñado sobre todo en exorcizar sus propios demonios interiores, que por añadidura lo eran también de su tiempo y de su gente, y por extensión de todos los tiempos y de toda la gente. A menudo encontramos ese don de la universalidad en lo más particular de un artista original y muchas veces extraño. Hablamos de un pintor que trabajó para reyes pero también hizo un arte que maravillaba, o aterraba, a propios y extraños, a expertos y a profanos. Su obra es fácilmente comprensible, atrapa con rapidez, ya sea por belleza estética o por estética de lo más terrible, arte que nos encandila y conmueve.
Goya nació en Fuendetodos, un pueblecito cerca de Zaragoza (Aragón, España), el 30 de marzo de 1746, donde su padre tenía un taller de dorador. Desde niño mostró inclinación por el dibujo, tal vez impresionado por la multitud de formas que su padre cubría con pan de oro en retablos, marcos, esculturas y muebles. Muy joven entró de aprendiz en el estudio del pintor José Guzmán para sus primeras lecciones artísticas, que junto a otras pocas influencias dispararon rápidamente el ingenio y la sensibilidad de un joven que poco necesitó de maestros y que siempre siguió su propio impulso. A los 16 años ya creaba obras llenas de encanto y dinamismo. Pese a todo no logra entrar en la prestigiada Academia de San Fernando en Madrid, de donde es rechazado dos veces.
No se desespera, más bien está cada día más empeñado en dedicarse de lleno a la carrera pictórica. En 1771, con 25 años, viaja a Italia, Roma, a donde debía viajar todo artista de la época que se preciara de serlo, por lo menos una vez en la vida. Se iba a beber de la fuente misma de la pintura renacentista. Por aquel entonces estaba muy en boga el neoclasicismo, una especie de revival del clasicismo de dos siglos atrás, que a su vez había bebido de la antigüedad griega y romana, pero tamizado por un nuevo racionalismo, caracterizado por la Ilustración, herencia a su vez de la Revolución francesa, del Humanismo que hablaba de derechos y libertades igualitarias.
El joven Goya se presentó a un concurso de la Academia de Parma y, aunque no ganó el premio, su obra fue vista con buenos ojos por algunos personajes importantes. De ese año que pasó en Italia se rescatan algunos excelentes retratos, género que sin lugar a dudas le reportaría el éxito más grande concebible para un artista de su época. De regreso a España se instala como pintor independiente y nunca le faltan clientes, recibe encargos importantes de obras religiosas. En estos trabajos iniciales se ven ya muchas de las características de su estilo: expresividad máxima con los mínimos elementos y una tendencia hacia la exuberancia barroca de ritmos y luces. En sus imágenes veremos esa pugna entre la dorada redondez de los reyes y el expresionismo sintético lleno de dramatismo, cuando no abierto horror.
Belleza y fealdad que permitirán al artista un amplio margen creativo. Se casa en 1772 con Josefa, hermana del pintor Francisco Bayeu. Siete años después es llamado a la Corte para diseñar cartones para tapices, obras muchas veces efímeras que servían a los tejedores para reproducir en fantásticos murales textiles que decorarían los salones reales. Allí, poco a poco, y pese a las ataduras que significaba hacer imágenes que fueran transportables a la técnica tapicera, fue surgiendo su genio, como un lento amanecer tras una larga noche artística en España. Desde Velázquez, pintor al que Goya admiraba, no había surgido un artista de talla notable; así, Goya, de humilde artesano, iba subiendo en el escalafón social a golpe de pincel. Trabajó durante años para la Casa Real, y en 1780 es nombrado miembro numerario de la Academia de San Fernando, la misma que le había rechazado dos veces, casi veinte años antes. Continuará diseñando tapices cada vez más elaborados y
también cumpliendo con encargos de diferentes iglesias y aristócratas que lo buscan por su habilidad para el retrato, que le hace ganar una fama imperecedera. En su San Francisco de Borja asistiendo a un moribundo, de la Catedral de Valencia, aparecen ya los primeros seres monstruosos, fantasmas y demonios que poblarán sus obras tardías y mucha de su obra gráfica más conocida. Aquí sería importante hablar del concepto de belleza, que para Goya no residía en lo representado sino en la forma de representarlo. Es decir, la capacidad estética, artística, independientemente del tema, es lo bello, no importa si la anécdota o el motivo es horripilante, sean Los desastres de la guerra o Los caprichos, aunque lo representado sea monstruoso, las cualidades plásticas se mantienen en alto, la auténtica belleza está en el trabajo artístico, sea el tema que sea. En 1789 fallece el rey Carlos III, un monarca progresista dentro de lo que cabe, que será sustituido por Carlos IV, un rey débil que será títere de consejeros y regentes. Cuatro años más tarde Goya se enferma gravemente, logra sobrevivir pero le queda como secuela una sordera prácticamente total que, pese a no interferir en su habilidad para el trabajo, afecta bastante a su carácter, empeorando su humor y volviéndolo más introvertido. De todos modos continúa trabajando con devoción en obras cada vez más personales y de atormentadas temáticas: Para ocupar la imaginación mortificada por mis males y para resarcir, en parte, los grandes dispendios que me han ocasionado, me dediqué a pintar un juego de cuadro de gabinete en que he logrado hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas y en que el capricho y la invención no tiene ensanche.Se trataba de una decena larga decuadros que representaban “diversionespopulares”. La pincelada es mucho mássuelta y nerviosa, cargada de expresión,también incursiona en el tema de la brujeríay la fantasía surge cada vez más desbordada.En 1799 aparecen, bajo el lema “Elsueño de la razón engendra monstruos”,
los Caprichos, 80 estampas y un autorretrato al aguafuerte. Aquí empieza a llamar la atención del Santo Oficio, la temible Inquisición que perseguía todo lo que oliera a brujería, herejía o simple liberalismo. Sólo hace falta echar un ojo a estas barbaridades plásticas para entender a Goya como un imprescindible precursor del surrealismo moderno. Entre 1800 y 1805 pinta sus famosísimas majas, la desnuda y la vestida. La primera, junto a la Venus del espejo de Velázquez, será de los pocos desnudos trascendentes de la pintura española anterior al siglo XIX. La mojigatería había hecho estragos en el erotismo plástico, más dado a temáticas religiosas e incluso escatológicas que a alegres desnudeces. Entre los trabajos que le encarga la Corona destaca La familia de Carlos IV, para el que prepara numerosos bocetos individuales de cada uno de los personajes, a los que dota con agudeza psicológica de una personalidad propia, ahí no hay nada de idealismo, la realidad con sus defectos y lacras aparece pletórica.
Así, Goya alterna trabajos más tradicionales o clásicos con otros experimentos arriesgados, en los que el trazo suelto, los borrones y brochazos, e incluso zonas completamente inacabadas, consiguen efectos plásticos increíbles, con los mínimos trazos y con una paleta sobria logra una efectividad sorprendente. Entre obras convencionales y riesgos manifiestos, Goya
llega a una madurez que lo sitúa en la cumbre del arte de su época. Sus influencias serán muchas y sabemos que en su colección personal contaba con obras de Tiépolo, estampas de Rembrandt, un Correggio e incluso un autorretrato de Velázquez. En 1807, con la disculpa de ocupar Portugal, las tropas de Napoleón invaden España. Un levantamiento popular exige la abdicación de Carlos IV y la dimisión de Godoy, a quien Goya había pintado poco antes. Queda entronizado Fernando VII, que pronto es obligado a abdicar en favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón, y más conocido como Pepe Botella. España pide apoyo a Inglaterra y Wellington desembarca en Portugal. Los españoles derrotan a los franceses en la batalla de Bailén (1808), pero se multiplican las masacres y las más aberrantes crueldades en una guerra de Independencia sin cuartel. En 1812 las Cortes de Cádiz promulgan la Constitución, influida por los valores positivos de la Revolución francesa, que a su vez dará pie a las luchas independentistas en el continente americano. Ese mismo año muere la esposa del pintor, Goya no puede permanecer ajeno a todos estos acontecimientos muchos de ellos trágicos.
No sólo tuvo que pintar un retrato de José Bonaparte, sino que la terrible crudeza de la contienda queda patente en una segunda serie de aguafuertes titulada Los desastres de la guerra. Finalmente, Fernando VII regresa al trono en 1814, siendo peor el remedio que la enfermedad, pues su reinado será absolutista y represivo. De este año son dos de sus obras más conocidas: El dos de mayo y los Fusilamientos de la Moncloa. En el segundo se reduce el color a su mínima expresión: el gris de los soldados, el negro del cielo, el rojo de la sangre y la camisa blanca de la víctima principal que atrae nuestra mirada sobre el centro de horror. Estructuralmente vemos tres planos: los cadáveres, los que son fusilados y los que esperan aterrados su destino inminente. Al siguiente año el humor del artista se refleja en lo negro de las telas que sustituye al rosado habitual. Trabaja en su tercera serie de grabados, La tauromaquia, aunque no llegará a la imprenta sino luego de varios años después de su muerte. El dominio del dibujo, el uso de masas informes y los contrastes expresionistas muestran a un artista que se abre hacia lo moderno como ningún otro contemporáneo. Trabaja mucho
con espátula, o con cañas hendias que permiten un trazo gráfico y de textura muy diferente a la del pincel o la brocha. Desde 1819 se inicia la última etapa en la vida artística de Goya, tiene por ese entonces 73 años y pese a su sordera y otros achaques propios de la edad no se limita lo más mínimo su capacidad expresiva. Adquiere en las afueras de Madrid una casa de campo que será conocida como “La quinta del sordo”, e ideará una serie de obras para decorar sus paredes; estas “pinturas negras” serán resumen y colofón de su trabajo, obras hechas enteramente a su gusto, para
sí mismo, donde todos sus fantasmas e inquietudes surgen, un arte enteramente moderno, sin concesiones, donde el “capricho y la invención” no encontrarán límites en estas obras monumentales terribles y tenebrosas. Son 14 composiciones que describen con expresionismo y gesto suelto, entre ellas destaca la temible Saturno devorando a sus hijos de la que la censura posterior eliminó un ostensible pene erecto. Curiosamente, Goya logró en la última etapa de la vida sus obras más notables, llenas de libertad y recursos plásticos. Tras esta breve época Goya se va al exilio, la España absolutista resultaba intolerable para un artista ya anciano pero comprometido con el liberalismo y de ideas progresistas; primero está en Burdeos, luego en París, pero resulta demasiado duro para un hombre cercano a los 80 años. Hacia 1826 regresa a España para obtener su jubilación como artista de la Corte. La noche del 15 de abril fallece en Burdeos, donde es enterrado. En una de sus últimas obras la llamada Lechera de Burdeos la claridad parece regresar a su obra, no había perdido un ápice de su fuerza, como escribía su gran amigo el escritor Moratín: Goya está muy arrogantillo y pinta que se las pela, sin corregir jamás nada de lo que pinta. Pasarán casi cien años para que sus restos regresen a España.