El bronce, al que se pueden añadir otros metales como cinc, níquel, manganeso, plomo o aluminio, según las propiedades buscadas, funde entre los 900 y los mil grados centígrados y resiste muy bien la corrosión, incluso la producida por el mar. El sol y la lluvia lo alteran apenas superficialmente. La escultura en bronce está diseñada para superarnos en el tiempo.
Mucha de la escultórica griega clásica la conocemos gracias a las copias y reproducciones romanas hechas en este material extraordinario, pero no sólo es característica su resistencia, también se conocía desde la antigüedad la pureza de su sonido, por lo que se le ha usado siempre para la fabricación de campanas e instrumentos de viento.
El descubrimiento de la técnica de la fundición cambió para siempre el curso de la humanidad. Es quizás tan significativo como el uso del fuego en la preparación de los alimentos. La fundición de los metales transformó la tecnología más elemental en armas y herramientas sofisticadas y aún más, en la posibilidad de dominar a otros seres humanos menos evolucionados en estos nuevos procesos.
De la observación de los fenómenos naturales como las altas temperaturas provocadas por los ríos de lava o el incendio de un bosque, se pudo comprender que materiales tan duros como el hierro o el cobre, se derretían si se les aplicaba el suficiente calor mediante combustión y luego podían volver a endurecerse, adoptando las más diversas formas al enfriarlos con agua.
Debieron de transcurrir muchos años
para llegar a controlar el proceso que daba paso a una nueva era: La Edad de Bronce, que sucede al Neolítico y se remonta a más de cuatro mil años a.C. La palabra bronce tiene dos etimologías conocidas: berenj del persa (latón) o del latín aes brundisium (mineral de Brindisi).
Los objetos realizados con aleación de bronce basada en estaños más antiguos provienen de Susa (actual Irán) y de Mesopotamia (actual Irak). En un bajorrelieve egipcio del siglo XV a.C., encontrado en Karnak, se aprecia una fundición en sus mínimos detalles.
La metalurgia del cobre y del bronce transformó al mundo, de ahí surgen las denominadas grandes civilizaciones antiguas, las primeras ciudades nacidas gracias al desarrollo extensivo de la agricultura y el comercio.
Quizá la técnica más antigua, es la fundición a la arena, así llamada debido a que el sistema consiste en grabar en arena sílica, combinada con otros aglutinantes como el carbón marino y la bentonita sódica (resistentes a las altas temperaturas), objetos planos y tallados en madera. Se fabricaban así cuchillos, lanzas, espadas y también monedas.
Los procesos se fueron perfeccionando hasta llegar a la fundición llamada “a la cera perdida”, se trataba de una mezcla de técnicas y materiales, ya que se buscaba obtener objetos curvos de bulto y con huecos que la fundición a la arena no podía resolver, entonces se modelaba la obra en barro traído de los ríos o del fondo de los lagos. Se dejaba secar o se cocinaba en hornos de piedra alimentados con fuego de madera y otros combustibles disponibles.
Una vez endurecido el barro, se realizaban moldes en yeso para copiar la figura y de estos moldes se obtenía un negativo, que se rellenaba de cera de abeja para generar un positivo, que era cubierto nuevamente con materiales cerámicos y colocado dentro del horno, que con el fuego y su calor, la cera se evaporara dejando el molde de cerámica vacío. Mientras tanto, en otro horno se fundía el bronce para en estado líquido e incandescente poder verterlo en los moldes vacíos de cerámica.
Éste es el momento mágico para el escultor, el momento preciso en el que el magma “informe” se adapta al diseño preconcebido, y del caos surge la forma. Al final del complejo proceso, lo que una vez fuera vulgar barro quedaba convertido en durísimo bronce. Quedan nada más los acabados, que incluyen siempre el limado de imperfecciones y el pulido de la pieza. Después se aplicará una pátina, mediante distintos ácidos oxidados con soplete, que dará la textura y el color final que seguirá evolucionando en consonancia con las inclemencias del tiempo.
En realidad, las diferentes técnicas para fundir los metales siguen siendo hoy en día casi idénticas a las antiguas. Existen algunas sofisticaciones, como la hechura de hornos, los medidores -temperatura para poder controlar la cocción de las piezas o el más detallado conocimiento de la fundición del metal-, entre otros, pero el principio en general sigue siendo el mismo.
En la ciudad de México tenemos innumerables ejemplos de escultórica en bronce. Para empezar destaca el famoso “Caballito”(1803), así nombrado por el público del escultor valenciano Manuel Tolsá (1757-1816), que en realidad representa a Carlos IV de Borbón (1748–1819), rey de España. Es un espléndido ejemplo del dominio técnico de esa época, pues esta obra de casi cinco metros de altura y con más de siete toneladas de peso fue fundida de una sola pieza.
Recordemos que a finales del siglo XVIII y principios del XIX no existía ni la soldadura ni otro tipo de fundentes que pudieran unir los metales. Le llevaría poco más de 14 meses limpiarla y pulirla para darle los acabados finales.
Dicho sea de paso, después de la Independencia de México, el pueblo pidió su destrucción pues representaba al enemigo español, sobre todo porque el caballo pisa con uno de sus cuartos traseros el águila y el carcaj, símbolo del imperio azteca. Gracias a la intervención del ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, Don Lucas Alamán (1792-1853), el presidente de México, Guadalupe Victoria (1786-1843), accede a que la escultura sea trasladada al claustro de lo que fuera la Pontificia y Nacional Universidad de México en 1823, en lugar de convertirse en monedas de uso corriente como el propio presidente había sugerido.
De aquí viene una de las versiones del
origen del nombre “Zócalo”, durante años permaneció vacía la base, el enorme pedestal destinado a elevar la escultura ecuestre de Carlos IV en la llamada Plaza de Armas y hoy conocida como el Zócalo capitalino.
Esta obra, sin importar lo relevante o no del personaje que representa, se convirtió para México en la obra escultórica más clásica de la ciudad, dando inicio a otra serie de trabajos que irán adornando lo que hoy conocemos como el Paseo de la Reforma.
Otra pieza monumental importante es la erigida por Porfirio Díaz (1830-1915), presidente de México hacia el año de 1887 en
honor del último gobernante nahua Cuauhtémoc, la obra era del escultor Miguel Noreña (1843-1894). Del escultor mexicano Alejandro Casarín (1842-1907), en este mismo paseo, fueron erigidos monumentos a los gobernantes nahuas, Ahuizotl e Itzcóatl conocidos como los “Indios Verdes”, que hoy se encuentran en la avenida de los Insurgentes, al norte de la ciudad.
Muchos más personajes inmortalizados en bronce pululan por las plazas y las avenidas de la capital y de muchas ciudades de México, recordándonos personajes o gestas que el tiempo no debe olvidar y que durarán más que quien las contempla, la eterna edad del bronce.