Toledo no es un artista del gusto de todos en nuestro país, su éxito internacional no tiene un reflejo exacto en el rango que debiera en el ámbito nacional. A veces se le conoce más —y eso ha ganado a muchos reticentes— por las causas que defiende, sean de tipo político o cultural, que por su trabajo artístico.
Tal vez esto se deba a que siempre sus pinturas, grabados, fotografías y dibujos son irónicos, usualmente morbosos y a menudo abiertamente sexuales. Su gusto por no hacer concesiones y el uso a discreción de temas y regodeos escabrosos, cuando no escatológicos, lo aleja de la comercialización vana y lo prestigia cada día más como uno de los pintores trascendentales de México.
Esta nota viene a cuento por dos razones: una pública y otra privada. La segunda responde al sentido de un homenaje personal a un artista al que admiro desde hace mucho tiempo, tanto como llevo en México (un par de decenios), y de quien, absurdamente, he escrito poco. Y esta razón viene al hilo del Premio Livelihood Honorario 2005, una especie de Premio Nobel alternativo1, otorgado al artista junto a otros luchadores sociales del mundo en el mes de octubre de este año.
Autorretrato VIII, 1999
Este reconocimiento le fue concedido por su “compromiso y su arte a favor de la protección, el desarrollo y la renovación de la herencia arquitectónica y cultural, el medioambiente y la vida comunitaria de su Oaxaca nativa”. Se reconoce la vinculación de un artista consagrado a su entorno inmediato y a su tiempo, a las raíces más profundas de su cultura, al más riguroso presente y sobre todo al futuro. Todo eso está en la pintura muchas veces salvaje, pero nunca descuidada, de este artista, a la vez prehistórico y posmoderno, pintor de animales y defensor de causas afortunadamente no del todo perdidas.
Francisco Toledo nació en Juchitán, en el istmo de Tehuantepec, en 1940. El Estado de Oaxaca es una tierra rica en artistas de talla notable, pensemos nada más en Rufino Tamayo, Rodolfo Morales o Sergio Hernández, por citar algunos. De los vivos, Toledo me parece el más notable.
De familia humilde, vive en Ixtepec, Minatitlán (Veracruz) y en Chiapas; comienza los estudios de secundaria en Oaxaca, y aprende a grabar en el taller de Arturo García Bustos. En su casa “ya no quedan muros donde pintar” y su padre lo manda a la Ciudad de México, donde en 1957 se inscribe en la Escuela de Artesanía y Diseño, del Instituto Nacional de Bellas Artes, dirigida a la sazón por José Chávez Morado. Aquí es descubierto por el galerista Antonio Souza, quien le organiza una exposición en México y otra en Texas dos años después.
Conejo avispado, 1988
En 1960, con 20 años, se traslada a París, y allí Souza le presenta a Rufino Tamayo. También conoce a Octavio Paz, entonces consejero cultural de México en la ciudad luz.
Siempre tuve un estilo propio que logré conservar a pesar de las rígidas normas establecidas por los maestros de la academia; normas que tuve que aprender, pero que rompí de inmediato cuando abandoné la ciudad de Oaxaca. En París me alimenté de todo lo que veía a mi alrededor: museos, esculturas, pinturas, jardines, que sirvieron para enriquecer mi mente y mi obra (en entrevista con Consuelo Gutiérrez).
Durante cuatro años hace múltiples contactos con galeristas internacionales: ingleses, suecos, americanos y suizos; expone y vende bien. Su prestigio se va consolidando poco a poco, desde luego mucho antes que en su país de origen lo redescubrieran, ya entrada la década de 1970.
Según cuenta Toledo, invita a su padre a París para que sea testigo de sus logros, pero su sola presencia le provoca una gran nostalgia de sus raíces juchitecas. Entonces decide regresar. Y este regreso es mucho más que geográfico. Toda la vida de Toledo se vuelca en ese retorno a los orígenes, y a partir de ahí crea una iconografía nueva y original, diferente y expresiva, brutal y al mismo tiempo delicada.
La mesa, 1978
Comenzó a exponer su obra en México en 1968, en la galería Juan Martín, y desde fechas tan notables también muestra sus preocupaciones sociales y culturales. Pone en marcha, junto a Elisa Ramírez, la Casa de la Cultura de Juchitán, en un convento restaurado. Ésta será la primera de muchas otras iniciativas que tratarán de acercar el arte contemporáneo a su entorno, al pueblo, en el más amplio sentido de la palabra.
La primera gran retrospectiva de su obra se llevó a cabo simultáneamente en Nueva York y en México en 1974. Desde entonces no ha dejado de moverse entre la Gran Manzana, México y Oaxaca, pintando, dibujando, haciendo cerámica, grabado o fotografía, ilustrando libros o apoyando causas de lo más diversas.
A comienzos de los años ochenta funda la Editorial Toledo, y a finales de esa década el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). Colabora en la creación del Museo de Arte contemporáneo de Oaxaca (MACO), en 1992, y en la restauración de partes de Santo Domingo para convertirlo en un centro cultural. Junto a importantes intelectuales y artistas oaxaqueños funda Pro-Oax, que aglutinará diversos proyectos políticos, ecológicos, de restauración y fomento del patrimonio artístico, como la cinemateca El Pochote o la fábrica de papel artesanal ubicada en la antigua Central Eléctrica de San Agustín Etla, en las afueras de Oaxaca.
En 1998 se le concede el Premio Nacional. Desde entonces a la fecha ha seguido con su vida itinerante, trabajando en su arte y ocupado en esas causas que, aunque le quiten tiempo para pintar, parecen atraer al artista como un imán. Qué bueno que su aportación cultural sea múltiple. De algún modo quiere repartir los privilegios adquiridos con su arte, con lo que hace mejor y porque le da la gana. Nobleza obliga.
Tamazul (sapo), 1982
Respecto a su pintura diremos que se trata de una figuración que en lugar de enquistarse en la mitología personal amplía ésta a su tierra, a su cultura. Se desarrolla tanto hacia abajo mediante las raíces profundas de lo zapoteco, como hacia arriba, tendiendo sus ramas hacia el mundo entero y a la historia del arte.
Toledo no tiene nada de naïf o de improvisado, conoce bien la evolución de las expresiones estéticas, como lo atestigua su gusto por coleccionar libros sobre Durero o William Blake y comprar grabados de James Ensor y Asger Jorn (base de la colección que conforma el IAGO).
La pintura de Toledo siempre tiene algo de provocación, pero presentada en una envoltura suave y aterciopelada. Nos atraen sus tonos terrosos eternamente armónicos, su línea compleja y cambiante, la temática aparentemente naturalista. Los animales son ineludibles en su iconografía, pero se trata de animales que actúan, o lo pretenden, como humanos, mostrando casi siempre sus más bajas pasiones. Son animales silvestres, como sapos, iguanas, murciélagos, zorros, tortugas, serpientes, saltamontes y un sinfín más de seres normalmente asociados a lo negativo, a la nocturnidad o a la magia, que le sirven de temática suficiente para crear imágenes altamente expresivas.
Se fija, por ejemplo, en una iguana y encuentra en la conformación de las manchas de su piel una semejanza con el trenzado de un cesto. Mira una hoja y ve en sus diseños rítmicos semejanzas con las figuras de los grillos. Su homomorfismo se vuelve casi extático según continúa hallando más y más parecidos entre el animal y el hombre, el vegetal y el animal, el mineral y la carne, apuntó la escritora Doré Ashton sobre el artista.
Toledo logra una imaginería muy original y característica, donde el expresionismo y lo surreal se entremezclan mediante una factura cuidada sin perder cierto matiz rupestre. Además ha dedicado mucho de su tiempo a la técnica del grabado, estudiando a los clásicos y también experimentando libremente. Él dice de sí mismo que es “un saltimbanqui de la gráfica”, y desde luego lo demuestra ofreciendo una ingente cantidad de imágenes impresas en las más diversas técnicas. De este modo ha multiplicado su obra ampliando su difusión, haciéndola más asequible.
Lo mejor de este artista es que parece no perder nunca el humor morboso ni el toque erótico, y mucho menos sus ganas de jugar: tenemos Toledo para rato. Tal vez por eso he escrito poco de Toledo, porque me lo reservo para disfrutarlo más personalmente, no para pensarlo sino para verlo, para ver sus imágenes siempre indómitas y a la vez apacibles.
1 El Premio Right Livelihood fue fundado en 1980 por el escritor sueco-alemán Jacob von Uexkull con un millón de dólares producto de la venta de su colección de timbres. Su propuesta a la Fundación Nobel de crear dos nuevos galardones referidos a la ecología y a la pobreza acababa de ser rechazada. El premio se entrega en el parlamento sueco un día antes de los ya clásicos premios Nobel, de ahí lo de “alternativo”. En la versión 2005 hubo 77 candidatos de 39 países.