México tuvo una gran tradición de obra pública: Ciudad Universitaria, el campus del Instituto Politécnico Nacional (IPN), los edificios de la Olimpiada de 1968, el Centro Médico Nacional, los aeropuertos, diversas unidades habitacionales, los hospitales del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), puentes, carreteras, 11 líneas del metro de la Ciudad de México; todos construidos en el siglo XX y que siguen siendo muestras de buen diseño, durabilidad y orgullo nacional.
Los construyeron generaciones destacadas de arquitectos como Mario Pani y Pedro Ramírez Vázquez; ingenieros como Emilio Rosenblueth o Leonardo Zeevaert; y constructores del calibre de Bernardo Quintana y Gilberto Borja, entre muchos otros.
Hubo destacados funcionarios públicos como Alejandro Prieto y Gilberto Valenzuela que fueron capaces de concebir, gestionar y ejecutar obras como Ciudad Universitaria —que a 65 años de su inauguración como Patrimonio de la Humanidad por su excepcional calidad arquitectónica — continúa preservándose como un campus único con edificios funcionales.
Los materiales y técnicas constructivas utilizadas los han hecho sobrevivir y envejecer sin grandes problemas a pesar del proverbial desapego mexicano por el mantenimiento.
Cambios drásticos
Ante el descrédito actual que vive la obra pública, la pregunta es: ¿Por qué si tuvimos esa capacidad, ahora casi siempre presentan fallos que irritan a la opinión pública y, peor, ridiculizan al país?
Por ejemplo, la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo (Metro) de la Ciudad de México acusó errores de diseño y ejecución que no se presentaron en las 11 anteriores líneas; el Libramiento de Cuernavaca presentó un socavón que cobró la vida de dos personas por un drenaje que no se rehabilitó con oportunidad. La llamada K invertida que permitiría al acueducto de Cutzamala operar en caso de emergencia, no pudo ser colocada por errores de diseño elementales después de que el gobierno local anunciara el mayor corte de agua potable en la historia de la Ciudad de México; cuando el Tren México-Toluca presenta retrasos y sobrecostos considerables y aún no está clara su fecha de inicio, o cuando la prensa reporta todos los días casos de hospitales que fueron inaugurados pero no operan correctamente.
La pregunta se vuelve más relevante ahora que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador está iniciando sin ninguna metodología clara sobre la realización de una nueva generación de gigantescas obras públicas: aeropuertos, refinerías y trenes.
Los repetidos desastres de la obra pública no son por falta de leyes ni regulaciones, ni de instituciones ejecutivas, ya que proliferan las secretarías y direcciones de obra pública, ni por falta de organismos de vigilancia y supervisión, como las contralorías y comisiones del legislativo, ni de fondos insuficientes, ya que de hecho, casi todas presentan sobrecostos importantes.
Por supuesto, tampoco falta tecnología ni mejor maquinaria, ni más conocimiento. Ahora hay computadoras, drones y mucho más entendimiento de los sismos y de las mecánicas del subsuelo, así como de materiales más durables y resistentes.
Mando unificador
La principal respuesta, creo yo, es precisamente que se perdió la unidad de mando y se diluyó la responsabilidad. Ahora hay demasiadas manos, lo que se refleja en la proliferación de organismos que participan, opinan, y en teoría, vigilan.
Eso sin contar con las críticas y a veces boicot de los actores políticos de todos los signos y de grupos opositores, reales y creados. Basta con que se proponga un proyecto para que se alcen múltiples voces que se oponen, muchas veces por mero sistema.
No puede omitirse el papel de la corrupción, a la que la opinión pública achaca todos los males del país y que es culpable de muchos de los fracasos mencionados. Pero frecuentemente el desastre puede atribuirse más a la ineptitud, la desorganización y a la falta de buenos funcionarios responsables.
La solución consiste en rediseñar las leyes e instituciones que regulen y ejecuten obra pública para contribuir a crear una generación de funcionarios y constructores como los que tuvimos en el pasado. Nada fácil.
Texto Jorge Gamboa de Buen
Foto: f. axel carranza / EL HORIZONTE