En la década de los 50 y 60 devino una amplia discusión sobre la creación de los polos de desarrollo en las teorías de desarrollo económico y en la sociología del desarrollo en la que prevalecieron los conceptos de enclave internacional y zonas periféricas a los centros del capitalismo mundial.
Existía la idea de que se podía trastocar e incluso emular el desarrollo de las grandes capitales del mundo occidental alterando el modelo de producción con economías independientes o emergentes a las potencias. Japón dio el ejemplo con su ingeniería en reversa y los alemanes con su industrialismo planificado que hacia los 70 ya los había igualado a los Estados Unidos y las potencias europeas.
Pero en las llamadas economías emergentes o en desarrollo, prevalecía la idea de poder emular los ejemplos asiáticos y europeos, y México, que venía del largo proceso de crecimiento logrado en el periodo del “desarrollo estabilizador”, de 1952 a 1970, con su modelo de substitución de importaciones y desarrollo de la industria nacional con base en un modelo proteccionista, buscó dar un giro al estilo asiático y europeo tan pronto llegó Luis Echeverría al poder.
Y ahí México empezó a hablar de polos de desarrollo. Se habló de cuatro grandes polos que eran: dos industriales, Lázaro Cárdenas y Coatzacoalcos; y dos turísticos, Cancún y Los Cabos.
Sin duda, estos cuatro polos lograron un gran crecimiento y un volumen de inversión sin igual en los últimos 50 años. Pero la experiencia de estos polos de desarrollo dejó lecciones muy claras de economías de enclave que no vale la pena repetir, pues no se logró un desarrollo económico para todos, inclusivo y con equilibrio e impacto social armonioso. Mucho menos ambiental o laboral como las exigencias de finales del siglo XX lo pedían en otras regiones del mundo y menos repetibles en el siglo presente, donde esos elementos también son de suma importancia para tomar en cuenta.
Cincuenta años después, los polos turísticos tienen viabilidad y alto crecimiento, pero son modelos de enclave cerrados que no dieron paso a que sus poblaciones de trabajadores gocen del bienestar de las zonas turísticas, ni de la calidad de vida o servicios que se tiene en las zonas donde están los turistas; y en el caso de los industriales el problema fue peor, pues también se dio contaminación ambiental, abuso sindical y poca transferencia de la riqueza generada por las transnacionales hacia la población, fuera de la generación de empleo y la inversión inicial que hicieron y un pago de impuesto exiguo que no terminó beneficiando del todo al Estado mexicano con esas inversiones.
Intención fallida
En el presente siglo XXI, con los presidentes Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto se retomó el concepto bajo la terminología moderna de Zonas Económicas Especiales (ZEE).
Nuevamente se buscó crear zonas de desarrollo regional que pudieran emular, con nuevos ejemplos como el de Shenzhen en China, la capacidad de economías emergentes de lograr desarrollo al nivel de las grandes potencias. Entre 1970 y el año 2000, los famosos “Tigres Asiáticos” ya habían demostrado el camino y el cómo se podría hacer y lograrlo, pero también en Europa, Irlanda y en Medio Oriente con Dubái, Catar y Emiratos ya empezaban el camino sobre esa ruta.
México se quedó en la intención de desarrollar las ZEE. El Tratado de Libre Comercio (TLC) ya había logrado el fenómeno, en cierta medida y progreso, en la mayor parte del Norte del país y en el Centro-Bajío, donde indudablemente estas entidades se terminaron enganchando a la locomotora exportadora dirigida al mercado del Norte.
Diagnóstico acertado
El diagnóstico del presidente Andrés Manuel López Obrador no fue equivocado: 30 años de TLC no engancharon a todo el país al esfuerzo modernizador y dejó afuera a una buena parte de las PYMES que representan el 90% del aparato industrial. El TLC enganchó fuertemente apenas un 10% de la estructura industrial y claramente los estados del sur del país, salvo el polo de desarrollo de Cancún y la Riviera Maya, quedaron excluidos de la dinámica generada por esa primera revolución moderna de la economía mexicana.
La teoría y necesidad de desarrollar al Sur es imprescindible para el equilibrio y armonía futura del desarrollo mexicano.
Incluir al Sur pasa sin duda por uno de los proyectos estratégicos más claros, planteado desde el inicio de la actual administración: El proyecto del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT).
Este proyecto como polo de desarrollo debe convertirse en los siguientes años en el polo clave de inversiones, comercio, manufactura y empleo que disperse sus beneficios en esta región.
No podemos cometer los errores del pasado, de no tomar en cuenta que no es solo crear parques industriales e infraestructura. Hay que hacer desarrollo urbano y habitacional acorde a un desarrollo inclusivo. Incluir a las comunidades en su opinión y visión de lo que asumen con su bienestar. Y ello pasa por hacer de la educación y salud prioridades del combate a la pobreza y para tener ciudadanos sanos y productivos.
Evitar los errores del pasado
Hay que hacer estudios serios de vocaciones. No se pueden poner todas las industrias, por el simple hecho de nombrarlas o desearlas o pensar que porque son de punta o modernas caben en cualquier contexto. Las inversiones llegan cuando hay condiciones primordiales como infraestructura, recursos naturales, materias primas y recursos humanos adecuados, independientemente de las políticas públicas de incentivo y atracción de los gobiernos.
Los parques industriales tienen que tener planes muy claros de vocación, promoción de industrias derivadas de la vocación definida y conformación de clústeres y planes de desarrollo inmobiliario adecuados.
El Istmo de Tehuantepec puede competir con el Canal de Panamá si logra tener la infraestructura de tránsito de mercancía que todavía no tiene.
Los parques industriales representan una dinámica distinta. Pueden crearse y subsistir más por vocaciones regionales bien definidas que por la existencia de comunicaciones entre los dos puertos de Coatzacoalcos y Salina Cruz. Estos últimos son un plus a los mismos, pero no requisito indispensable a la hora de pensar en cómo desarrollarlos.
Texto:Grupo ICB
Foto: ADF / AF / ENVATO