Los últimos 25 años han sido de una gran transformación económica para México, y ello determinó también una gran metamorfosis en el mercado inmobiliario.
Durante los sexenios de José López Portillo y Miguel de la Madrid, el desarrollo inmobiliario en México al igual que la economía, estaba prácticamente detenido. Fue un periodo en el que se perdió todo el dinamismo que había propiciado el denominado periodo estabilizador en décadas previas.
Las crisis económicas de dichos sexenios se caracterizaron —entre otras cosas— por una inflación altísima (hiperinflación), pérdida de poder adquisitivo, recesión económica y prácticamente nula inversión; además, se presentó el más grande terremoto en la Ciudad de México durante 1985. Todo ello afectó al mercado inmobiliario donde prácticamente no pasó nada.
En particular, durante el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988), el crecimiento económico fue de cero, y como consecuencia de la elevada inflación los Certificados de la Tesorería de la Federación (Cetes) pagaban una tasa de interés anual de 160%, por lo que no había razón para hacer otro tipo de inversión financiera o productiva, ya que éste era un costo de oportunidad elevado para hacer otro tipo de negocio.
Sin embargo, con la implementación de los denominados Pactos Económicos, de los cuales el primero fue el Pacto de Solidaridad Económica (PSE), firmado en 1978, y posteriormente el Pacto para la Estabilidad y Crecimiento Económico (PEC) en 1988 —cuando Carlos Salinas de Gortari era presidente—, se sentaron las bases para la estabilidad económica.
Con estos documentos se logró reducir la inflación de niveles de 160% a 30%, a la par, el presidente Salinas llegó con un discurso progresista que emocionó a todo mundo y se logró el contexto que detonó la inversión inmobiliaria.
A partir del TLCAN llegan plazas comerciales y empresas
La Presidencia de Salinas de Gortari (1988-1994) se caracteriza por tres coyunturas clave:
Primera. Se gana en estabilidad económica y emoción, digamos, por el futuro del país; hay crecimiento, esperanza y baja inflación en comparación a la que traía el país. Posteriormente, esto viene aparejado con una demanda que había estado latente pero que no se podía materializar porque con el temblor de 1985 se destruyeron muchísimos metros cuadrados de oficinas que no se habían repuesto, y cambió la fisonomía de la ciudad.
Lo anterior ocasionó la expulsión de gente, empresas y tiendas comerciales de la zona centro de la ciudad —en parte porque se dañaron los edificios, pero también porque se consideraba una zona insegura— hacia el poniente y sur de la ciudad, a lo largo del corredor Insurgentes, Polanco y Bosques de las Lomas. Santa Fe todavía no existía.
Segunda. Se vive un proceso de apertura comercial sin precedentes con el ingreso de México al GATT (General Agreement on Tariffs and Trade, conocido como Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles) y años después el Tratado de Libre Comercio con América del Norte y Canadá (TLCAN) en 1994. La expectativa generó una nueva visión del país, ciudades y edificios; del tipo de cosas que teníamos que hacer. Este proceso empezó a insinuar que llegarían empresas, plazas comerciales o retailers extranjeros; esto cambió considerablemente la situación de los últimos 30 o 40 años, que era una economía cerrada, con pocos jugadores y poca competencia entre ellos.
Por mencionar algunos ejemplos, había solamente tres marcas de televisores y cinco marcas de automóviles. No había interés en levantar tiendas bonitas porque no había competencia ni interés en acercarse a los consumidores ni nada por el estilo.
Tercera. Llegó una nueva generación de jóvenes profesionales, bien capacitados —que estudiaron muchos de ellos en el extranjero—, quienes traían una visión distinta del mundo. Pasaron de ser hijos formados en constructoras o fraccionadoras, como se les llamaba antes, a ser desarrolladores. Así inició una generación de empresarios inmobiliarios más contemporáneos.
Esto último, combinado con las dos circunstancias anteriores forjó una nueva generación de empresas que ya se denominaban inmobiliarias, y una cosa alimentó a la otra. Había gente que hizo empresas más eficientes, más modernas y al mismo tiempo había más demanda, algo de dinero y disposición del gobierno para apoyarlas.
Este es el principio del sector. Aquí es cuando empieza el boom que lo transformó todo. Así se inició un círculo virtuoso porque se contó con una nueva generación de empresarios, una economía sin inflación y un gobierno promotor, aunados a una apertura comercial y competencia.
Surge un nuevo sector empresarial
Cuando afirmo que hubo un cambio de generación y se creó la profesión o la disciplina del promotor o desarrollador inmobiliario, es porque había gente que se dedicaba todavía a otras cosas: textileros muchos de ellos, industriales en otros ámbitos, o eran comerciantes que sus ahorros lo utilizaban para comprar un edificio o varios. Entonces, entre el dinero que le escondían al fisco, el efectivo que se manejaba en abundancia y lo que se querían ahorrar, iban adquiriendo inmuebles, que eran el único patrimonio que no se evaporaba. Precisamente los inmuebles no eran dinero en efectivo, ni máquinas (las cuales se deprecian muy rápidamente).
Otros eran constructores, básicamente administradores que sabían construir obra pública o privada y que, como extra, conseguían terrenos y hacían edificios; un poco como negocio adicional y como un tema de diversificación. Y también estaban los fraccionadores clásicos, que en ese entonces tenían mala fama.
Todo eso cambió en los primeros años de la década de los 90. Creo que el gobierno entendió que eso iba a pasar en el país y la Ciudad de México, ya que como capital, siempre se va un poquito delante del resto de los estados, y mucho de lo que aquí pasa después se refleja en Guadalajara, Monterrey y en otras ciudades..
La visión de una gran ciudad
También durante el sexenio de Carlos Salinas, Juan Enríquez, quien era director de Servicios Metropolitanos (Servimet), una agencia pública de desarrollo como la tienen muchas ciudades del mundo y un servidor, que fungí como Coordinador General de Reordenación para la Protección Ecológica, ahora Secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, le planteamos al entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, que se avecinaba un boom inmobiliario en la ciudad.
Al llegar a la dependencia observé a través de las licencias otorgadas, que en seis años previos no se había hecho mucho. Prácticamente no había solicitudes para proyectos inmobiliarios importantes ni tampoco se contaba con un patrón de ciudad. Pero a través de dicha revisión se detectó una demanda potencial.
Por ejemplo, se pudo identificar, al revisar las solicitudes de cambio de uso de suelo, que había una necesidad de contar con espacios para oficinas. Como no se habían construido edificios durante muchos años, si querías habilitar una oficina se tenía que buscar primero una casa, habilitarla, y cambiarle posteriormente el uso de suelo. Conforme se estabilizó la economía y se logró crecer, la demanda por espacios de oficinas se fue incrementando, lo cual presagiaba el mercado.
Otra tendencia que observamos desde entonces, fue que el desarrollo digamos “caro”, se empujaba con mayor fuerza hacia el poniente de la ciudad. Las mejores oficinas y las mejores tiendas que estuvieron en el Centro de la Ciudad, primeramente se movieron a la avenida Juárez, luego a Paseo de la Reforma y posteriormente se dividieron en dos: una parte como dijimos antes se fue a Insurgentes; otra parte hacia Polanco y la parte baja de Las Lomas, pero también apuntaron hacia más arriba de la ciudad.
El sismo de 1985 movió la fuerza social de la ciudad, pero también la política y el mercado inmobiliario. Entre las clases medias se desató la idea que la Ciudad de México era vulnerable; que había sido fantástica para vivir en las décadas de los años 50 y 60, pero para entonces ya no lo era porque estaba contaminada, congestionada e insegura, debido a su magnitud. A principios de los años 90, el clima y entorno del mercado inmobiliario estaba caracterizado por las siguientes variables: secuelas del sismo de 1985, una elevada contaminación, y una urbe muy extendida, entre otras. Cuando vimos inminente el boom inmobiliario, le dijimos al regente Manuel Camacho que se podían adoptar tres posiciones:
- No hacer nada y ver qué pasaba.
- Detener el crecimiento inmobiliario con medidas drásticas, que en ese momento no lo concebíamos.
- Aceptar, canalizar y conducir el inminente crecimiento para beneficio de la ciudad.
Manuel Camacho, que también era un economista serio y entendía la ciudad, optó por la tercera.
Él tenía una visión. Veía al Distrito Federal como una de las grandes ciudades del mundo, con un soporte económico sólido. Bajo estas condiciones se acomodaron las cosas y se pudo emprender porque tanto el Presidente como el regente comprendieron bien el tema.
En esa época presenciamos el éxito de ciudades como Barcelona y Bilbao; en Estados Unidos fueron los casos de Nueva York, que empezó a tener más población y se empezó a regenerar. En el caso particular de Barcelona se hicieron proyectos con ideas y objetivos específicos, que fue lo que hicimos en esos años como autoridad en la Ciudad de México.
Durante esa administración no se cambiaron los planes de la ciudad, porque era una cuestión muy burocrática y ocupaba mucho tiempo. En mi opinión, para rescatar zonas de la ciudad, habría que rescatar primero los edificios. En ese tiempo consideré que la salvación del Centro Histórico era la suma del rescate de los edificios y no veía ningún otro método. Al final rescatamos entre 40 y 50 edificios.
Cambio de vocación
Una de las grandes transformaciones que se observó previo al boom inmobiliario y durante su gestación en los últimos 25 años, fue un cambio de vocación en la ciudad: de tener un alto contenido de actividad industrial —destacando entre otros el sector automotriz— estas fábricas se fueron trasladando a las afueras de la ciudad y hacia otros estados del país.
En la Ciudad de México se concentraron la mayor parte de las plantas armadoras automotrices. Por ejemplo, Ford estuvo relativamente cerca de la Villa de Guadalupe, en la colonia Guadalupe Tepeyac, donde permaneció hasta 1984 ensamblando vehículos para posteriormente trasladarse a Cuautitlán, en el Estado de México. En el año 2000 dejó sus últimas instalaciones definitivamente.
Algo similar sucedió con la planta de General Motors de la avenida Ejército Nacional, que inició operaciones en 1937 y en 1995 tuvo su cierre definitivo.
Por lo que respecta a Chrysler, ésta se ubicó en Lago Alberto esquina con Mariano Escobedo, en la zona de Polanco y la Anzures, que también fue cerrada en el año 2002.
En aquel entonces se alentó a que las grandes empresas se fueran de la zona centro de la ciudad por el tema del agua, la contaminación y porque no tenían espacio para crecer. La ciudad empezó a perder una importante base industrial.
Estos son tres ejemplos que muestran el cambio de vocación que ha tenido con el tiempo la Ciudad de México, que fue evolucionando a una visión de ciudad con más servicios.
Los tres complejos ahora son centros comerciales o de usos mixtos. El espacio que ocupó la planta de Ford se convirtió en un importante centro comercial (Plaza Tepeyac con un Walmart, Sam’s y Suburbia, entre otras tiendas); el espacio que dejó General Motors se transformó en Antara, un uso mixto con área comercial y de oficinas; en tanto las viejas instalaciones de Chrysler se convirtieron en Parques Polanco, un espacio de usos mixtos con área residencial.
Aunque por otro lado, también se perdió en instalaciones del gobierno, ya por ejemplo se desconcentró INEGI (el cambio inició en 1986) a la ciudad de Aguascalientes, y la Secretaría de Marina se fue a Veracruz en un periodo similar. Lo que quedó en la ciudad fue la parte de servicios de todo tipo, lo que actualmente es el corazón de todas las ciudades contemporáneas.
Precisamente, todas las ciudades del mundo han ido evolucionando hacia un moderno sector de servicios. Las modernas ciudades cuentan con educación, entretenimiento, salud, turismo, manejo de finanzas, seguros, comercio, y actualmente más servicios de información y cómputo. Eso lo teníamos clarísimo. Y también desde el cierre de campaña en la ciudad del entonces candidato a la Presidencia, Carlos Salinas.
En este proceso de reconversión urbana que lleva cinco lustros hemos visto muchos ejemplos similares. Otro más fue el cierre de la Refinería 18 de Marzo en 1991 que se convirtió en el Parque Bicentenario.
También el cierre del rastro de Ferrería en Azcapotzalco en 1992, y la posterior puesta en operación de un centro de espectáculos (Arena Ciudad de México) además de la apertura de una universidad privada en la zona, entre otras cosas.
Quizá entre los ejemplos más recientes está Plaza Carso; el uso mixto aledaño de Antara, que fue construido en el espacio que ocupó la fábrica General Tire; y la edificación de Vía Vallejo, en la zona industrial del mismo nombre, entre muchos ejemplos más.
Esto no es exclusivo de la Ciudad de México. En otras ciudades del interior del país se dio el fenómeno con gran crecimiento, por ejemplo en Querétaro y Puebla, se han dado casos que zonas que en otras épocas fueron destinadas al tema agrícola, se han transformado en parte de las ciudades y el mercado inmobiliario ha incorporado desarrollos de usos mixtos.
Necesarios, los nuevos polos de desarrollo.
Quizá a mucha gente le cueste trabajo comprender que la industria o el sector de servicios requiere alojarse en un cierto espacio. Esos espacios son los edificios de oficinas, centros comerciales, hospitales, hoteles y escuelas. Si no se construye eso —que es la chamba del sector inmobiliario— se inhibe el crecimiento de cierto sector o se encarece la oferta que exista.
Si no hay edificios de oficinas o están donde no deberían, la demanda hace que se tome una casa, aunque no tenga uso de suelo, y cuando crece se compra hasta la casa de al lado; eso es mucho de lo que pasaba en esa época.
Dentro del proceso que se vivió a principios de los años 90, como autoridades nos concentramos más en los lugares que tenían más presión inmobiliaria y donde hubo más conflicto.
En ese análisis, Juan Enríquez detectó que Servimet era dueña de la mitad de Santa Fe y la otra mitad era propiedad del Gobierno del Distrito Federal.
Este nuevo polo de desarrollo económico e inmobiliario se originó retomando los conceptos de centros y subcentros de la planeación urbana tradicional, en un momento en que las actividades económicas se enfocaron hacia la terciarización de las actividades económicas, las cuales demandaron espacios para establecer sus operaciones.
En mi opinión, Santa Fe es uno de los centros urbanos más exitosos del planeta. Nunca dudé que iba a ser un éxito. Pero no consideré tampoco que pasara tan rápido. Pensé que se llenarían los espacios en 50 años, pero lo hizo en 15, lo cual reafirma que sí existía una demanda impresionante que no había sido atendida.
¿Por qué tuvimos éxito en este proyecto urbano? Uno, porque tuvimos un boom inmobiliario gracias a una economía en crecimiento, ya que de otra forma no habría existido manera de hacerlo.
Dos, teníamos terrenos que habían sido minas de arena y basureros, y que con las ideas megalomaníacas que tuvo el ex regente capitalino Carlos Hank González (1976-1982), se expropió todo eso.
Con ello, ya existían terrenos para hacer un gran centro urbano que nunca se concibió en anteriores administraciones. Después vino Ramón Aguirre Velázquez (1982-1988) que al ver el tema de la contaminación, cerró el basurero que había en la zona.
Posteriormente, Andrés Caso Lombardo, como titular de la Secretaría de Comunicaciones y Transporte (SCT) empezó a construir la autopista de cuota ya en el sexenio de Salinas.
Entonces, esta infraestructura, sumada a unos terrenos que eran tuyos como gobierno y que ya no tenían inconvenientes —ubicados en el mismo poniente que era para donde el desarrollo quería ir—, simplemente fueron aprovechados para el desarrollo inmobiliario con la promoción del propio gobierno. Así nació el concepto de Santa Fe.
Entre los primeros proyectos destacaron:
- La Universidad Iberoamericana (1988), de los arquitectos Francisco Serrano, Rafael Mijares y Pedro Ramírez Vázquez.
- El Centro Comercial Santa Fe (1993).
- El edificio corporativo de Bimbo (1993), de los arquitectos Gonzalo Gómez-Palacio y Gustavo Eichelmann.
- El edificio corporativo de Hewlett Packard de México (1991-1997), de los arquitectos Teodoro González de León y Francisco Serrano. La primera etapa se inauguró en 1993.
- Banca Serfín, ahora Santander (1992-1994), del arquitecto Javier Sordo Madaleno.
- Televisa Santa Fe, del arquitecto Ricardo Legorreta.
- El edifico corporativo de IBM (1997), del arquitecto Aurelio Nuño Morales.
- Corporativo Calakmul (1997), del arquitecto Agustín Hernández.
Con la ley en la mano
Siempre he dicho que como planificador, si le entiendes a la ciudad y hay energía inmobiliaria o económica, puedes propiciar desarrollo hacia una zona o dirección. Lo que no puedes es cambiar la historia de las ciudades, y el mejor ejemplo fue el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez.
El arquitecto dijo que poniendo a la Secretaría de Relaciones Exteriores en Tlatelolco se iba a mejorar Reforma, pero con el tiempo lo que sucedió es que Relaciones Exteriores se dio cuenta que no debía estar ahí y se cambió a una zona más adecuada. También argumentó que con el Palacio Legislativo se iba a detonar la Candelaria de los Patos y zonas aledañas, pero no sucedió y actualmente nadie quiere estar ahí porque nada se cambió.
El primer desarrollo educativo que llegó a la zona de Santa Fe fue la Universidad Iberoamericana a la mitad de los años 80. Eso ayudó significativamente pero no fue parte de la planeación, sino un compromiso del gobierno luego que el campus se viera afectado con un temblor cuando se ubicaba en la zona Campestre Churubusco.
Nuestra visión sobre Santa Fe era la de un gran centro urbano, que captara buena parte de la presión inmobiliaria que había y desarrollarlo bajo un concepto moderno. Dos de las condiciones que promovimos fue que participaran excelentes arquitectos en el desarrollo de los proyectos y que al vender terrenos no se les escriturara hasta que se iniciara la obra para garantizar su ejecución. Como parte de lo anterior, se les apoyaba entonces aprobando los proyectos y tramitando los permisos y licencias.
El diseño arquitectónico empezó a cotizarse y se empezó a generar una cultura de otro tipo. Esto no solo aplica para Santa Fe en particular, sino para todo el desarrollo inmobiliario, tanto en la parte residencial como en toda su área comercial.
Una vez que se detonó este boom inmobiliario en la Ciudad de México, como autoridad, nos tuvimos que poner en medio, con la Ley en la mano, para mediar entre los intereses de la población y los desarrolladores. De ahí le propuse a diversos desarrolladores crear una asociación que los representara, y de ahí surgió la Asociación de Desarrolladores Inmobiliarios (ADI).
Visión de futuro
Con todo, la economía de la ciudad, la parte privada de la economía ha jalado tan bien, que ahora la demanda inmobiliaria (que comprende vivienda, oficinas y mercado retail) es tan grande y los demográficos empujan tan duro que ahora se vive la transformación por todos lados.
Tan solo en la Ciudad de México hay cerca de 6 millones de metros cuadrados de espacios de oficinas que hace 25 años no tenía; a lo largo del país hay entre 200 y 300 centros comerciales que tampoco existían. En el segmento de parques industriales sucede algo similar. Todos los hoteles y la cantidad impresionante de vivienda que se ha construido en todos sus segmentos surge de manera impresionante.
Sin embargo, cuando decimos que nada es suficiente, mucha gente no nos cree. Hoy hacemos menos vivienda de la que se necesita, por citar un ejemplo.
Además, debemos tener presente que siempre la ciudad le ha ganado a los urbanistas, a los planeadores y a los gobernantes, y no es por falta de planeación ni previsión, es porque muchas autoridades no entienden el tema; pero a pesar de ello, las ciudades continuarán su crecimiento.
Nadie ha hecho cuentas, pero no descarto que en los últimos 25 años se ha duplicado, o tal vez triplicado en metros cuadrados, toda la construcción que se había hecho en la historia del país.
Texto:Jorge Gamboa de Buen
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