“NO CABE DUDA QUE DESCIFRARON CORRECTAMENTE EL POTENCIAL DE CRECIMIENTO QUE EN ESE ENTONCES
OFRECÍA LA ECONOMÍA MEXICANA”.
El de 1965 fue para México un año muy interesante y promisorio, nuestro país tenía en aquel entonces poco más de 45 millones de habitantes, la esperanza de vida era de sólo 59 años.
En 1965 se registró la tasa de crecimiento de la población más alta que el país alcanzaría en la segunda mitad del siglo XX, 3.5% anual.
Fue también en 1965 que se lograría una inflación excepcionalmente baja de sólo 1.9%, un dato tan singular que el Banco de México en su informe anual lo destacó con gran énfasis, advirtiendo que contrastaba con la inflación de 4.2% anual del año anterior (1964) y que la baja inflación de 1965 se verificaba pese a que desde hace varios meses se había detectado un fuerte incremento en la demanda impulsada tanto por la inversión, como por el gasto privado.
Debe aclararse que en ese entonces la mejor herramienta de la que se disponía para medir la inflación era el Índice de Precios al Mayoreo de la Ciudad de México, ya que no sería sino hasta 1969, cuando se contaría con un Índice Nacional de Precios al Consumidor más preciso y representativo.
Igualmente, en 1965, el Banco de México, bajo la dirección de don Rodrigo Gómez, cumplió sus primeros 40 años de vida y en su informe anual consignó que el Producto Interno Bruto (PIB) del país creció 5.4%, a pesar de ser el primer año de una nueva administración, la del presidente Gustavo Díaz Ordaz, en el cual de acuerdo con los ciclos sexenales se registraba una retracción de la inversión pública.
Además de destacar las buenas cifras de inflación y de crecimiento de la economía, el informe anual del Banco de México de ese año hacía notar una sorprendente expansión del financiamiento bancario, que en ese año creció 17.5%, así como el buen desempeño del principal producto de exportación de México en ese entonces, que era el algodón, cuyas ventas al exterior avanzaron 24.7% en el año a pesar de una ligera caída en los precios internacionales de ese producto básico.
Otro punto en el que el informe anual del Banco de México de 1965 fundó su tono optimista fue el referente a las reservas internacionales brutas del propio instituto central, que cerraron ese año con la abultada cifra de 575 millones de dólares(mdd), este era un dato muy esperado por los mercados y por el público en general, ya que en aquellos tiempos el dato de las reservas sólo se divulgaba en tres ocasiones al año, en el citado informe anual del organismo, durante el informe presidencial y con motivo de la convención anual de los banqueros.
Como si estas buenas noticias no fuesen suficientes, el multicitado informe del Banco de México comentaba también, y cito textual: “un hecho sobresaliente es que el interés del público en los valores de renta variable continúa acentuándose, lo que se reflejó en el mayor crecimiento relativo de las operaciones con esos títulos”.
Así pues, Inversora Bursátil, el germen de lo que hoy es Grupo Financiero Inbursa, nació en un momento que, a la luz de estos datos, parece inmejorable: en un país en pleno crecimiento, con gran estabilidad de precios, con un sistema financiero en expansión y un mercado de valores –tanto en renta fija como en renta variable– despegando después a toda velocidad.
No cabe duda que el joven Ing. Carlos Slim y sus socios, descifraron correctamente el potencial de crecimiento que en ese entonces ofrecía la economía mexicana y actuaron sin dilación de acuerdo con ese diagnóstico, una actitud que ha sido una constante en los diversos emprendimientos que en estos 50 años han realizado el Ing. Slim y el Grupo Financiero Inbursa.
Considerando toda esta información sobre el año de 1965, uno no puede sino exclamar: Era otro mundo, era otro México. Cierto, pero no necesariamente era un México mejor que el que tenemos ahora.
No es cualquier cosa pensar cómo, al nacer, se pasa de una esperanza de vida de 59 años, a una de 78, como la que tenemos ahora; no es cualquier cosa, pese a todo lo que solemos lamentar, nuestras poco satisfactorias tasas de crecimiento económico, que el PIB per cápita es hoy más de seis veces del que era en 1965.
Tampoco es cualquier cosa que hoy el volumen de la producción industrial de México, más que se sextuplique el que era en 1965 y qué decir de comparar las reservas internacionales de 575 mdd con una de más de 170,000 mdd y también valga la pena decir, pues la diferencia es abismal de aquel germen que fue Inversora Bursátil y de lo que es hoy el boyante Grupo Financiero Inbursa.
Las diferencias entre el ayer de hace 50 años y el presente son innegables y, abrumadoramente, esas diferencias nos dicen que hoy somos un mejor país que en 1965, incluso somos un país aún más promisorio de lo que fue el México de entonces; baste advertir que actualmente las oportunidades para quienes se incorporan al mercado laboral son exponencialmente mayores en cantidad y en calidad que las que se tenían hace 50 años.
Podemos enumerar muchas causas detrás de este progreso: los avances tecnológicos y científicos, el progreso en el arte y la ciencia de dirigir y administrar empresas, los logros en el diseño de adecuados marcos institucionales y de gobierno, los resultados en materia de democracia, de transparencia y rendición de cuentas, el fructífero aprendizaje en lo que se refiere al mejor funcionamiento de la política monetaria, que los bancos centrales en casi todo el mundo hemos incorporado nuestro quehacer cotidiano, que la globalización del comercio mundial y de los mercado financieros, por sólo mencionar las más destacadas de tales causas.
Lo cierto es que esas diferencias entre el pasado y el presente no se han dado de forma mágica o por la inexplicable intervención de alguna fuerza desconocida, al margen de la voluntad de los seres humanos, en gran medida y para el caso específico de México esas diferencias son el resultado del esfuerzo, de la responsabilidad, del talento de millones de mexicanos. Esos avances notables e innegables deben abonarse en nuestro saldo a favor como país y como personas.
Acompañando esos factores que han impulsado el cambio y en el fondo dándoles cohesión y sentido, podemos detectar unos cuantos principios y valores fundamentales que nos han permitido progresar a pesar de errores de juicio, de retrocesos temporales y de variadas adversidades.
Me refiero a principios tales como la convicción de que no hay logro sin esfuerzo, de que sólo vale la pena invertir en activos que produzcan en el futuro mayor valor, de que debemos ser austeros y previsores en tiempos de prosperidad para que en épocas adversas los ajustes sean menos severos y dolorosos, de que debemos privilegiar la inversión en las capacidades y en los talentos de las personas para ser más productivos como sociedad, de que los episodios de crisis son también los tiempos de grandes oportunidades.
No creo equivocarme si digo que estos son principios y valores guías de sentido común que compartimos tanto en el Banco de México, como en Inbursa.
Tampoco creo que sea jactancioso reconocer que tales principios y valores explican en gran medida que las respectivas historias del Grupo Financiero Inbursa en sus 50 años de vida y de Banco de México en su 90 aniversario, sean genuinas historias de éxito.
Asimismo, aprovecho para recitar el dogma del instituto central, en todo caso, con los principios y valores que ya listé, que creo comparten Inbursa, el Banco de México y en general la sociedad mexicana, que permanecen a lo largo del tiempo, hemos de afrontar los nuevos desafíos de un escenario global cada vez más complejo e incierto, esos principios y valores siguen siendo la mejor guía cuando los mercados financieros en todo el mundo navegan en aguas hasta ahora desconocidas.
Enhorabuena por este quincuagésimo aniversario, muchas felicidades al Grupo Financiero Inbursa.
Texto:Agustín Carstens
Foto: Real Estate Market & Lifestyle