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Nueva York publica un informe histórico que busca integrar la biodiversidad en su vida urbana, con más de 70 recomendaciones para restaurar ecosistemas locales y posicionar a la ciudad en la agenda global por la naturaleza.

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Nueva York suele evocarse como una selva de acero: rascacielos icónicos, un metro que nunca duerme y 8.5 millones de habitantes que representan al mundo entero. Sin embargo, bajo esta capa urbana late un ecosistema sorprendente, comentan Marielle Anzelone, Fundadora PopUP Forest, y Georgia Silvera Seamans, Fundadora del Laboratorio de Naturaleza Local.

En sus suelos glaciares germinan fresnos de hoja perenne; en los humedales, la rara rana leopardo de la costa atlántica sigue teniendo refugio; y cada año, las anguilas americanas regresan al puerto desde el remoto mar de los Sargazos. La ciudad también es punto clave para aves migratorias, mariposas monarca y una serie de especies que dependen de los corredores biológicos que conectan sus estuarios con sistemas oceánicos globales.

 

Bajo este contexto, la publicación del informe del Grupo de Trabajo sobre Biodiversidad de NYC trasciende la planificación local: es un llamado a integrar a Nueva York en el movimiento global por la naturaleza. Mientras París, Londres o São Paulo cuentan con estrategias avanzadas, NY ha operado sin una agenda formal y con un Departamento de Parques históricamente subfinanciado, recibiendo menos del 1% del presupuesto municipal. Una omisión significativa para una ciudad cuyo impacto económico y regulatorio tiene repercusiones mundiales.

 

Tan solo, el Grupo de Trabajo –científicos, líderes comunitarios y especialistas ambientales– dedicó 15 meses a elaborar más de 70 recomendaciones que buscan insertar la biodiversidad en la vida cotidiana urbana. Su visión comienza desde la educación: que cada niño en las escuelas públicas explore marismas, observe árboles urbanos y desarrolle una conexión emocional con su entorno. También subraya la relación directa entre naturaleza y salud pública: barrios con acceso a espacios verdes son comunidades más resilientes, cohesionadas y saludables.

Aquí, el sector privado juega un papel clave. Aunque muchas corporaciones atienden la biodiversidad desde la perspectiva de sus cadenas de suministro, el informe invita a mirar el impacto de sus sedes urbanas. Restaurar hábitats locales, apoyar proyectos comunitarios y dar visibilidad a la naturaleza urbana son acciones que pueden transformar la experiencia diaria de millones de personas.

 

El informe se alinea con compromisos internacionales como el Marco Global de Biodiversidad Kunming-Montreal, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la iniciativa BiodiverCities by 2030. Entre sus propuestas destacan aumentar al 2% la inversión en parques, integrar especies nativas para fortalecer ecosistemas urbanos, impulsar empleos verdes y proteger legalmente las reservas naturales existentes. La premisa es clara: la naturaleza debe tratarse como infraestructura crítica, al nivel del transporte o la vivienda.

 

Aunque la ciudad llega tarde a esta agenda, su potencial es inmenso. Con 837 kilómetros de costa y hábitats únicos como los pastizales serpentinos, lo que falta –según el informe– es coordinación y visión. La creación de una Oficina de Biodiversidad y la incorporación sistemática de datos ecológicos en la planificación urbana serían pasos decisivos.

 

Por último, el futuro de la biodiversidad global se decidirá en las ciudades. Si NY, símbolo de la modernidad urbana, adopta una visión robusta y sostenible, marcará un precedente mundial. Proteger sus ecosistemas significa proteger la vida en todas sus formas y asegurar que, incluso en la mayor metrópoli del planeta, la naturaleza siga encontrando un lugar donde florecer.