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La Ciudad de México, como todas las ciudades grandes del mundo, tiene muchos problemas, pero también grandes ventajas.

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No tenemos un clima extremo lo cual es cómodo aunque nos perdemos el dramatismo de los cambios de estaciones y el compás que estos marcan a la vida cotidiana.

Por eso la llegada de la primavera acompañada de la explosión morada de las jacarandas se convierte en nuestra mejor experiencia paisajística.

Fotografía: Axel Carranza

[Consulta más sobre el Arquitecto, Jorge Gamboa de Buen, dando click aquí]

Marzo es su mes. En cuanto empiezan a ceder los fríos del invierno las jacarandas florecen en una explosión coordinada, intensa y armónica.

Coordinada porque en solo una semana todas se tornan moradas; intensa porque el árbol completo se convierte en una gigantesca florescencia y armónica porque, caso raro en el medio natural, todas tienen exactamente el mismo color.

Con el florecimiento de estos portentosos árboles se transforman las Lomas de Chapultepec o San Ángel pero también el Paseo de la Reforma, las unidades habitacionales de Azcapotzalco y los parques México y España en la Condesa o el del reloj en Polanco. También muchas casas las albergan. La arquitectura de Luis Barragán sin las jacarandas que pueblan muchas de sus obras no sería tan emocionante ni tan profundamente mexicana.

Buena parte del encanto consiste no solo en la intensidad sino en la corta duración del fenómeno. Si permanecieran mucho tiempo en flor pronto dejaríamos de admirarlas.

Pero no siempre estuvieron aquí. Como buena parte de la flora del Valle de México: palmeras, eucaliptos, bugambilias, pirules, fresnos, liquidambares y la mayoría de los pinos, las jacarandas fueron importadas.

Las jacarandas son originarias de Brasil. La historia de su llegada a la Ciudad de México puede variar según las fuentes pero hay consenso en que fue un jardinero japonés Tatsugoro Matsumoto que llegó a México en 1896 quien inició su plantación.

Presentado por un empresario de Hidalgo a Porfirio Díaz se le nombró encargado de los jardines del Castillo de Chapultepec. Cuenta la leyenda que Plutarco Elias Calles de visita en Washington a principios de los 30´s quedó fascinado al ver florecer los árboles de cerezo regalados por el gobierno japonés en 1912 a esa ciudad. Inmediatamente ordenó a su títere Pascual Ortiz Rubio un esfuerzo parecido.

Consultado, Matsumoto advirtió que los cerezos no se adaptarían al clima del Valle de México y propuso en su lugar a las jacarandas iniciando su siembra masiva.

En otra versión de la historia fue Matsumoto quien convenció al Presidente Álvaro Obregón de sembrar las jacarandas, que él había traído, en las principales avenidas de la capital. Los árboles brasileños se aclimataron en casi todo el Valle ya que requieren pocos cuidados y viven bien con el régimen de lluvias del altiplano. Aunque   tardan años en dar sus primeras flores por su belleza y aceptación casi nadie se atreve a cortarlas y son susceptibles de trasplante lo que no sucede con muchas especies. Claramente se cuidan solas.

Las jacarandas no siempre fueron populares. En los años sesentas y setentas del siglo pasado muchas fueron podadas porque 'levantaban las banquetas y sus flores ensuciaban la calle y manchaban los coches'. A cambio hoy en muchas colonias y parques no se barren las flores para admirar los tapetes violetas que se van formando.

La familia Matsumoto permaneció en México, son miembros destacados de la comunidad japonesa y hasta ahora su nombre sigue asociado a los jardines y a las flores.

Otros Presidentes de la República entendieron su valor. A Carlos Salinas le gustaban, porque en sus años de Secretario de Programación y Presupuesto admiraba un ejemplar gigantesco frente a sus oficinas en un edificio de Paseo de la Reforma en la Glorieta del Ángel de la Independencia. Jacaranda que ahí permanece majestuosa.

Por esa predilección del Presidente, Manuel Camacho, Jefe de Gobierno de la Ciudad entre 1988 y 1994 mandó sembrar más de trescientas jacarandas en Paseo de la Reforma desde la Fuente de Petróleos hasta el Caballito.

Ahora que florecen todos los años incluso la Torre Bancomer de Ricardo Legorreta y Richard Rodgers justifica su extraña fachada morada en estas semanas en que su silueta se recorta detrás de las hileras de jacarandas cuando se circula por Paseo de la Reforma.

Las jacarandas son democráticas, están por todos lados y para todos pero un buen programa de gobierno sería sembrarlas en las colonias populares sobre todo en el oriente y en el norte de la Ciudad.

Una acción masiva de este tipo no produciría empleos ni aumentaría el ingreso de las familias pero levantaría el espíritu de muchos y brindaría una experiencia estética a todos los habitantes de estas zonas atrasadas de la Ciudad de México. Probablemente en un futuro algún gobernante sería más recordado por esta siembra que por otras acciones y obras.