Aparentemente algunos de los elementos de riesgo internacionales se han moderado o han desaparecido, por lo cual se empieza a gestar un escenario no solo de fin de año sino para el 2020.
A continuación les presentamos un interesante análisis de la firma especializada Carmignac, que publicó en Le Monde.
Ahora que las hipótesis más pesimistas han quedado descartadas (esperemos que con razón) en el plano de las negociaciones entre China y EE.UU., por un lado, y entre el Reino Unido y la UE, por el otro, los índices de renta variable pueden por fin romper el techo de cristal que impedía su progresión desde finales del pasado abril.
Aunque tardío, el gran regreso del apoyo de los bancos centrales tras su desafortunado intento de retirarlo en 2018 proporciona a los mercados el empuje necesario para emprender esta recta final del año bursátil con una sensación de júbilo, una vez disipados los peores presagios.
Así, cabría preguntarse si esta dinámica augura unos pronósticos favorables para el año 2020, puesto que los intentos de aplicar políticas de ajuste monetario o de negociar acuerdos comerciales al filo de la navaja ya han quedado descartados.
En la actualidad, la hipótesis que se abre camino contempla una recuperación moderada de la economía mundial tras el enfriamiento que ha experimentado durante los últimos 18 meses, con el apoyo de los bancos centrales como telón de fondo. Esta permitiría apoyar los resultados empresariales y, por ende, la evolución de los mercados de renta variable, sin que ello desencadene una drástica subida de los tipos de interés. Esta hipótesis permite explicar por qué, en el marco de la reciente progresión de los mercados bursátiles, los valores cíclicos están saliendo desde hace algunas semanas de su purgatorio particular y por qué los tipos de la renta fija, tras su acusado descenso hasta el pasado mes de agosto, han registrado un repunte desde entonces, aunque sin resultar excesivo. A los temores más agoreros les siguen las previsiones más optimistas: los mercados siempre se han mostrado reticentes a andarse con medias tintas.
Desafortunadamente, este prometedor razonamiento se cimienta sobre varias hipótesis que no han quedado en absoluto acreditadas. En primer lugar, en el plano económico, si bien es cierto que algunos indicadores adelantados han dado recientemente ciertos indicios de estabilizarse, asociar estas buenas noticias a una mejora económica generalizada constituye todo un acto de fe en estos momentos.
En concreto, en Estados Unidos —la locomotora económica por excelencia— el consumidor infatigable que sostiene el crecimiento mediante su optimismo inquebrantable se enfrenta desde hace tiempo a nuevos obstáculos. En primer lugar, el descenso constante del desempleo, que había alentado su confianza desde 2010, parece haberse interrumpido. Además, el sector bancario se ha vuelto mucho más reticente a conceder créditos al consumo muy baratos a unos prestatarios cuya tasa de endeudamiento se ha disparado. De hecho, el deterioro del mercado de crédito es una cuestión que ha empezado a afectar también a las empresas.
Desde los actores de pequeña envergadura del sector del gas de esquisto, que se han endeudado considerablemente para financiar proyectos que ya no son rentables, hasta WeWork, ángel caído del alquiler de espacios de trabajo al que el mercado ha decidido finalmente negar la financiación, la parte del crecimiento que reposaba desde hace años en el endeudamiento excesivo merced a unos tipos de interés en niveles irrisorios está llegando a su fin.
Así, la ralentización estadounidense, que ha comenzado realmente este año, bien podría continuar el año que viene. Al mismo tiempo, China, preocupada por reducir el endeudamiento de su propia economía, tan solo recurre a medidas de apoyo con un enfoque quirúrgico. No es precisamente una laboriosa estabilización del ritmo de crecimiento en unos niveles que se sitúan en mínimos de 2015 lo que permitirá a las exportaciones manufactureras alemanas repuntar en 2020.
Más allá de esta coyuntura macroeconómica que sigue siendo precaria, las medidas de apoyo monetario tampoco deben ilusionarnos en exceso. El hecho de que la Fed vuelva a efectuar cada mes las inyecciones de liquidez que tanto necesita su sistema bancario son ciertamente buenas noticias, especialmente para un universo emergente ávido de dólares. No obstante, el banco central estadounidense acaba de suspender los recortes de los tipos de referencia. En cuanto al BCE, la autoridad de su nueva presidenta Christine Lagarde ya ha sido puesta en entredicho por primera vez a manos de una parte de sus compañeros, que rechazan la política monetaria extremadamente acomodaticia que le dejó en herencia Mario Draghi cuando este dejó la institución.
También podría resultar tentador creer en la apertura de un capítulo totalmente nuevo de la historia económica, en virtud del cual las políticas de estímulos presupuestarios —posibilitadas por el apoyo incondicional y constante de los bancos centrales— permitirían el surgimiento de una versión moderna del keynesianismo combinada con medidas de creación monetaria. En ese supuesto, los inversores deberían revisar en profundidad su asignación de activos: la probable depreciación de las divisas estadounidense y europea en un contexto así redundaría en beneficio de las monedas emergentes —y, de forma más general, de la renta variable y la renta fija de dichas regiones—, el precio del oro se cobraría su revancha frente a las «exmonedas fuertes», los valores cíclicos se tomarían la suya frente a las acciones de crecimiento y, por último, a los inversores pasivos de los mercados de renta fija no les quedaría otra que añorar entre sollozos esos diez años de buenos recuerdos.
La realidad es que la previsión más segura para 2020 consiste en pronosticar un año que, en todo caso, difícilmente podrá desarrollarse con la misma plácida continuidad de la última década. Será necesario analizar exhaustivamente la evolución macroeconómica y la manera en la que los Gobiernos y los bancos centrales se ponen de acuerdo para abordarla. Asimismo, habrá que leer con especial atención el programa económico de Elisabeth Warren, candidata del Partido Demócrata a las elecciones presidenciales norteamericanas, y seguir muy de cerca su posible ascenso en las encuestas. Por último, no deberíamos perder de vista el mercado de crédito, que en el pasado ha desempeñado a menudo el papel del canario que anticipa las explosiones de grisú en la mina de carbón. Mantengamos, por tanto, una postura de cautela.