En varias ocasiones, la Dra. Claudia Sheinbaum ha resaltado la injusticia de que la Ciudad de México tenga un oriente pobre y un poniente rico. Lo ha dicho en relación a varios temas pero sobre todo en relación a la deficiente distribución del agua potable cuando en las Lomas de Chapultepec se pueden consumir más de mil litros diarios por persona y en algunas colonias de Iztapalapa en ocasiones no alcanza ni para 20, surtidos con pipa ó de manera intermitente (la norma es 150 litros por persona al día).
La Jefa de Gobierno tiene razón. Es función primordial del gobierno en cualquier ciudad del mundo tratar de emparejar el desarrollo entre zonas urbanas. Todas las ciudades del mundo presentan algún grado de desigualdad. En la isla de Manhattan conviven las zonas de oficinas y departamentos más caros del mundo con el legendario Harlem O el South Bank de Londres, apenas a unos metros del parlamento británico – aunque con el rio Támesis de por medio –. Ambos son ejemplos de disparidades que han persistido a pesar de prolongadas políticas
públicas e inversiones considerables.
Desde tiempos prehispánicos el poniente de la Ciudad de México se desarrolló de mejor manera por sus ventajas geográficas: suelo firme, agua dulce y aire limpio, mientras que el oriente se conformaba por lagos y pantanos salitrosos. Nezahualcoyotl prefirió vivir en el cerro de Chapultepec que en su natal Texcoco. En la época colonial los habitantes más ricos vivían en la calle de Plateros – hoy Madero – siempre hacia el poniente de la plaza mayor – hoy el zócalo – . La construcción del Castillo de Chapultepec y el trazo del Paseo del Emperador – hoy Paseo de la Reforma – contribuyeron a estructurar el desarrollo hacia el poniente y sur poniente por Paseo de la Reforma hasta la salida a Toluca.
Estas tendencias consolidaron al poniente y se autoreforzaron: a mejores condiciones físicas e infraestructura se asentaban familias y empresas de más ingresos que a su vez demandaban mayor inversión. Por el contrario, el oriente se desarrolló a través de invasiones, venta ilegal de ejidos, fraccionamientos clandestinos y unidades habitacionales construidas por sucesivos gobiernos. Aunque se han realizado grandes esfuerzos por mejorarlo a través de regularización de la tenencia de tierra, infraestructura hidráulica, drenaje y eléctrificación, el resultado sigue en muchos casos sin lograr las condiciones mínimas de calidad de vida.
A ello se suma un desbalance en la oferta de empleo y de servicios. La mayor parte de los empleos formales se encuentran en el poniente así como el comercio, los hospitales y los parques provocando traslados largos y costosos. Las familias que viven en el oriente tienen así el peor de los mundos: baja calidad de vivienda e infraestructura y al mismo tiempo deben viajar al poniente a trabajar, estudiar, comprar o divertirse.
Este diagnóstico, que lleva muchos años discutiéndose, no se ha traducido en una política contundente que busque mejorar los equilibrios y mucho menos en resultados tangibles. Aunque en algunos temas – legalización de la tenencia de la tierra – se ha avanzado, en otros – disponibilidad de agua, seguridad, transporte público – la desigualdad se ha incrementado.
Para mejorar se necesita una política muy estructurada que combine distintos aspectos de la acción de gobierno: política fiscal, transporte, vivienda, infraestructura, servicios y empleo.
Cobrar impuestos y redistribuirlos es una función básica del estado. El impuesto predial es el impuesto urbano por excelencia y se refleja en la infraestructura y el espacio público de las ciudades. Como es directamente proporcional al valor de casas y edificios el poniente generará mucho más y es legítimo – después de mantener un estándar básico en los sitios que lo generan – derivar una parte sustancial hacia las colonias que más lo necesitan.
La Ciudad de México tiene un gran potencial en el impuesto predial pues su recaudación esta muy por debajo de los estándares internacionales. Al corto plazo nada incrementará más los ingresos y la calidad de vida en el oriente que el mejoramiento del transporte que incide en la seguridad, el ingreso y el tiempo disponible para el ocio y la familia, pero ello no será posible sin un plan integral de movilidad que hoy no existe y la reducción de los subsidios indiscriminados al transporte.
Programas de regularización de la propiedad y la vivienda son necesarios para poner en valor – y en la legalidad – el principal patrimonio de cualquier familia que es su casa. El abasto del agua es un tema prioritario. De acuerdo a las cifras oficiales la dotación de agua en el Valle es suficiente para todos dentro de un estándar racional. El problema es su distribución tomando en cuenta que las fuentes externas – Lerma y Cutzamala – llegan por el poniente y las obras que permitirían transportarla al oriente no han recibido el apoyo presupuestal y técnico requerido.
Existen en el oriente muchos equipamientos ya construidos como hospitales, escuelas, parques y centros culturales pero su mantenimiento y funcionamiento no son adecuados. Parte de la inversión y organización debe ir hacia ellos. También partir la Alcaldía Iztapalapa en dos ó tres demarcaciones ayudaría a mejorar la atención. Además la estrategia debe prever que si se mejoran zonas físicamente pero no aumenta el ingreso de las familias, ante la enorme demanda de vivienda en la ciudad, se genera un proceso de gentrificación que expulsa a los habitantes originarios. Y la única manera de mejorar el ingreso de las familias es mediante la creación masiva de empleos lo que solo se podrá lograr con una gran inversión privada en industria y servicios de todo tipo.